viernes, 22 de junio de 2007

EL CICLO DE LA VIDA

Es un hombre sabio el que conoce a su propio hijo
William Shakespeare

Recuerdo aquella mañana, cuando mi madre te dio las últimas bendiciones y la maleta que supuse eran las cosas con que jugabas beisbol como cada domingo. Entonces tenía yo seis años y sencillamente eras mi ídolo; moreno de piel intensa, sonrisa contagiosa y mirada taciturna, tenías en el cuerpo y el alma tus raíces caribeñas. Observé que dejábamos atrás el campo de beisbol te pregunté hacía donde nos dirigíamos y solo alcanzaste a hacerme una seña de silencio y prometiste que sería una sorpresa; me tranquilice y me deje hundir en el asiento para observar con detenimiento tus manos al volante.

Pasamos el primer pueblo a la orilla de la carretera para comprar un jugo y como esa era la costumbre de inmediato supe hacia donde iríamos; a tu Pueblo. En seis años de mi vida ese camino lo recorríamos por lo menos cuatro veces al año; así que ya estaría tranquilo el viaje duraría casi dos horas de conversaciones que hasta la fecha aun conservo como aquel día.

Me contaste sobre la cueva de los ladrones, el terraplén donde una avioneta del gobierno había aterrizado de emergencia; tu forma de contar aquellas cosas hacían que imaginara cada uno de tus relatos y como así también eras cuando terminaban los partidos de beisbol, la narrativa tenía que ser el genero que yo elegiría. Cada que tenías tiempo tu sonrisa y tu mano derecha cubrían mi cuerpo en una calidez que solo un hijo podía recibir de su padre; mientras yo solo alcanzaba a decir –te quiero – y tu decías – Lo sé.

Llegamos a la hora programada, pero esta vez no irías directo donde las tías y la abuela vivían, tomaste una desviación antes y vi como tu expresión de alegría infinita se perdía entre tu mirada que cruzaba una barda de donde se veían cruces y capillas “enanas” En la entrada dejaste que escogiera las flores de mi preferencia. Doblaste entre lozas de cemento viejo y quebradizo mientras tomabas mi mano para levantarme y justo ahí dos o tres metros, había una tumba con un nombre muy parecido al tuyo. Cuando te quitaste la gafas obscuras ríos de lágrimas resbalaban por entre tus ojos y dijiste- Aquí estoy padre mío- y las demás palabras las dijiste en silencio. Corrí a tu lado y te abrace tan fuerte y tu llanto me contagió- No llores hijo, así es el ciclo de la vida, saluda al abuelo- me volviste abrazar y secaste mis lagrimas. El día fue inolvidable; mágico de alguna manera que forjó un estrecho vínculo entre los dos.

Hoy domingo inicié escribiendo esta carta para ti padre; mientras en la puerta tu nieto impaciente espera la sorpresa prometida; tu nuera me entrega la maleta y me colma de bendiciones; mientras yo pensaré en contarle sobre la cueva de los ladrones o el terraplén donde hubo un aterrizaje forzoso; pero al llegar donde reposas a la eternidad no habrá llanto porque le diré a mi hijo que es el Ciclo de la Vida y que allá donde te encuentras nos estarás cuidando como siempre lo hiciste.

DESCANSA EN PAZ, PADRE MIO....

ULISES NERUDA





1 comentario:

Lily dijo...

sencillamente hermosisimo, algo para el corazòn...